Poca suerte hemos tenido los dos sorianos que descollamos en el siglo de los grandes viajes en las cosas de América. Los escritores e historiadores que narran el descubrimiento y conquista del Nuevo Mundo nos tomaron a beneficio de inventario. De mi ilustre paisano López de Gómara, que escribió La conquista de México con los bríos de un guerrero celtíbero, sus primeros biógrafos nos dicen que había nacido en Sevilla. A mi, que descubrí las Islas de Los Galápagos, establecí con otros religiosos la primera misión en la isla Española y fui el arbitro en las discordias entre Pizarro y Almagro, en Perú, poco menos que se me silencia.Para borrar de una vez el dicho popular "nunca la gente de Soria hizo gran bulto en la Historia" me veo obligado a dar a conocer el lugar de mi nacimiento, mi obra colonizadora en América y las misiones de confianza que realicé.
Nací en Berlanga de Duero al final del siglo XV. Berlanga es una de las villas monumentales y bellas de Castilla en la Ribera del Duero. Su famoso castillo donde se alojaron las hijas del Cid después del vil trato que les dieron sus esposos los infantes de Carrión, en el Robledo del Corpes; su esplendida Colegiata gótica, una de las iglesias mas bellas de España, su rollo gótico del siglo XIV y su Plaza Mayor rodeada de típicos soportales, le prestan excelencia y señorío tradicional de incitantes atracciones turísticas.
Mis padres fueron labradores ricos, de esos labradores que son la sal de España, de los que salió la Caballería castellana formada por el conde Fernán González y su hijo Garci Fernández, que se batió el cobre en el tablero de vanguardia de la Reconquista, y dio atmósfera de hidalguía a Castilla. Mi nombre de pila es Tomás Martínez y Gómez, y al tomar el hábito de religioso, adopté el de Berlanga, mi pueblo natal, como era costumbre en aquellos tiempos. Mi madre me enseñó las primeras letras y me educó en el santo temor de Dios y amor a la Virgen.El 10 de marzo de 1508, tomé el hábito de dominico en el convento de San Esteban, de Salamanca, en manos del subprior, Padre Benito de Santamaría.
Dieciocho años hacía que había sido descubierta América, cuando Fray Domingo de Mendoza de Loaysa, me seleccionó para formar el equipo de dominicos, que con él mismo fuimos a la isla Española o de Santo Domingo, a fundar una misión, de la que fui nombrado subprior. El viaje arriesgado y penoso fue realizado con el coraje ibérico que pusimos en nuestra empresa. Solo los hombres de pelo en pecho o iluminados por la fe éramos capaces en aquellas embarcaciones de atravesar el océano tenebroso. Con tal abnegación desarrollamos nuestros proyectos evangelizadores, basta decir que los tres primeros años de instalarnos en la misión dormíamos solamente algunas horas sentados en unas rusticas sillas de ramaje.
En 1518 el padre Mendoza de Loaysa volvió a España y luego asistió al capítulo general de los dominicos, celebrado en Roma. La misión de Santo Domingo fue nombrada Convento formal dominico, y a mi se me nombró prior del mismo. No lo digo por vanagloria pero en el nombramiento se hacían constar las prendas de mi austeridad religiosa, don de mando y brío personal.
En 1522 puse el hábito al famoso licenciado Bartolomé de las Casas, excelente varón que atravesó doce veces el mar océano y por real cédula se le dio el título de "Protector de Las Indias"
En 1528 fui nombrado primer vicario provincial de los conventos de dominicos de Indias. Fue entonces cuando me decidí a regresar a Europa para asistir al Capítulo General de la orden, logrando en 1530 se formase una provincia nueva de Indias con el título Santa Cruz de la Isla Española.
En España me encontraba cuando Melanchthon, discípulo de Lutero, presentaba su famosa confesión o credo de los protestantes en la Dieta de Augsburgo, lo cual me produjo enorme contrariedad, escisión religiosa que habría de causar tan hondos disgustos a nuestro ilustre Emperador y tanto daño a la Cristiandad.
A mi regreso a la isla de Santo Domingo, llevé conmigo cuarenta religiosos y luego me trasladé a Méjico con veinte de los mismos, donde permanecí tres meses hasta dejar en marcha la misión. Seguidamente gestioné del Papa Clemente VII la confirmación de una provincia de dominicos en Méjico.
En 1533 hice un viaje a Valladolid para exponer a nuestro amado Emperador las necesidades de la Isla Española. Mis informes fueron estudiados en la Corte con tal interés que se me nombró Obispo de Tierra Firme, llamada Castilla del oro, denominación que se daba a Panamá. Preconizado por el papa Clemente, se me autorizó para que, de acuerdo con el Monarca español, fundase una catedral con su cabildo, obra que empecé con gran empeño apenas tomé posesión del Obispado en 1534.
¡Dios! ¡Con qué regocijo los habitantes de mi pueblo celebraron mi nombramiento de obispo! Aquellos hombres buenos de Berlanga, incluso el censo judío, echaron las campanas al vuelo y me colmaron de homenajes. Se acababa de inaugurar su hermosa Colegiata gótica, de tres naves, que había costado 30.000 ducados a costa de los espléndidos marqueses Don Iñigo de Velasco y su esposa María de Tovar, quienes tuvieron para mi delicados parabienes y ofrendas piadosas.
En posesión de mi obispado, lo primero que hice fue hacer cumplir la legislación española de Indias: Prohibir que por ninguna razón de guerra, trueque, compra ni por otras causas, pudieran ser tenidos por esclavos los indios, aliviando la situación corporal y espiritual de aquellas gentes desdichadas. Establecí la paz con los caciques de los indios caribes, y logré reducirlos a la obediencia, excepto los más endurecidos en la pertinencia, que perecieron entre las sierras. Gestioné de los obispados de Avila y Salamanca que enviaran labradores casados a aquellas tierras, a los que se les dio pasaje franco, plantas, semillas, ganado, matalotaje gratuito, para que enseñaran a los indios a cultivar los campos.
Mi labor colonizadora al estilo castellano era tan estimada en la corte de Carlos V, que se me hizo el encargo real de trasladarme a Lima, a establecer la concordia entre Pizarro y Almagro. Mi ruta hasta Lima fue penosísima y así se lo escribí a nuestro Emperador en carta del 26 de abril de 1535. Pizarro me recibió con hosco semblante diciéndome si llegaba en plan de padrastro. Le presenté mis instrucciones reales, contenidas en 23 puntos y vino a buenas atendiendo con respeto a mi jerarquía. Pronto me di cuenta de que mis gestiones serían infructuosas. Pizarro y Almagro eran irreconciliables. Hice que se juraran amistad y he aquí. el texto que suscribieron:
"E suplicamos a su infinita bondad que cualquiera de nos que fuera en contrario de lo así convenido, con todo el rigor de la justicia, permita la perdición de su anima, fin y mal acabamiento de su vida, destrucción y perdimiento de su familia, honras y haciendas"
Sin embargo, tuve el presentimiento del desastroso fin en que acabaron sus discordias y me volví a mi obispado con mi alma transida de contrariedad. En este largo y sufrido viaje, el barco desvió su rumbo por el Océano Pacífico, y dimos por casualidad con las maravillosas Islas de Los Galápagos, que tanto darían que hablar, donde encontramos tortugas enormes, de hasta setecientos kilos, que producían al andar un castañeteo horripilante.
Mis escasos ratos de ocio, los dediqué a los estudios de historia natural, logrando formar ricas colecciones de animales y herbarios de Indias. Por cierto que envié a mi pueblo natal un enorme lagarto disecado, que se conserva todavía en la Colegiata como símbolo del catolicismo contra la serpiente de la idolatría. ¡Qué leyendas más pintorescas se han fraguado en la imaginación popular sobre el mismo!
Otro regalo que hice a mi pueblo fue la joya más estimada que tuve entre mis recuerdos piadosos. Una imagen de la Virgen del Rosario, llamada La Marinera. En uno de mis viajes a España, me embarqué en una flota que llevaba muchas riquezas. En medio del océano nos cogió una tormenta aterradora. El viento con sus rugidos fabulosos, infundió el natural pavor en la tripulación. Se me rogó que me vistiera de pontifical y suplicara del Todopoderoso nuestra salvación. Comencé mis suplicas. ¡Oh, maravilla desconcertante! Dios oyó mis oraciones y probó su divina clemencia. Se aplacó la tormenta y llegó a la embarcación una ola con una caja misteriosa. Nos apresuramos a abrirla y se produjo un resplandor deslumbrador. En medio del mismo se apareció la imagen de la virgen, con su rostro celestial, que nos había traído la misericordia. La llevé conmigo a Berlanga y la colocamos en el convento de Santo Domingo. Se que ahora se encuentra en Medina de Rioseco por haberse trasladado el mencionado convento a esta villa (concretamente en el retablo principal de la iglesia de San Pedro Martir o de Santo Domingo).
Cuando me vi agotado de energías y con mi salud quebrantada, hice lo que mi paisano López de Gómara: volver a mi pueblo a entregar mi alma a quien me la había dado. Fallecí el 7 de julio de 1551 y fui enterrado en la capilla del Crucificado en la Colegiata. Mis restos mortales fueron cubiertos con una losa negra junto a la tumba de mis padres.
Con mis modestos ahorros fundé una capellanía, señalándole 6.000 maravedíes de juro para su sostenimiento.Yo se que a los pueblos de Castilla les van mal los monumentos a los hombres notables. Aquí todos iguales, dicen los castellanos, en igualdad política, en igualdad personal; del Rey abajo, ninguno; al que levante la cabeza se le tuerce la cresta de una pedrada.
Pero en el Parque de La Alameda de Soria no estaría mal que los bustos de López de Gómara y el mío recordasen a los miles de turistas que visitan esta ciudad en verano, que también hay dos sorianos que hicieron algo de bulto en la Historia. Después de cuatro siglos no creo que despertemos la envidia de nadie para que con motivo de cualquier polvareda, algún remolino agresivo nos desnarigara. Claro que alguno echará por su boca cabezas de gato al leer semejante insinuación, pero lo escrito, escrito queda, por si alguna vez sopla viento favorable.
En cuanto a mi pueblo natal, ahí tengo al Conde de Berlanga, brillante escritor, autor teatral, guionista y director de cine, figura ilustre de la intelectualidad, y a Luís Berlanga, director de cine de fama mundial, y al cronista con quién dialogo que ha rememorado mi recuerdo; algo harán por mí. A Don Mariano Álvarez muchas gracias por sus atenciones. A cada uno lo suyo con austeridad castellana. “De bien nacidos es ser agradecidos”.
Manrique de Lara
Artículo aparecido en ABC el 9 de julio de 1960
Tenemos una página en Facebook, que recoge adhesiones a la causa para reclamar a las autoridades provinciales una estatua de Fray Tomás en la Diputación de Soria. Un detalle más, este olvido, que evidencia la marginalidad a la que quieren condenar a Berlanga. Fray Tomás tiene méritos suficientes para estar entre las estatuas de la Diputación. Tiene muchos más méritos que la mayoría de los que están allí representados, por lo cual no nos parece cuestión baladí reclamar la representación que merecemos. Podéis entrar en la página pinchando aquí y uniros a la causa. Cuando tengamos unos centenares de adhesiones, enviaremos una carta al presidente de la Diputación. Muchas gracias