Lecciones de vida
Seguid hambrientos. Seguid alocados. Lo dijo Jobs seis años antes de ser devorado por la enfermedad. Hambrienta, alocada enfermedad que se lleva a un hombre que hizo algo más importante que inventar cacharros electrónicos revolucionarios: dio un ejemplo admirable de coraje, espíritu emprendedor y pasión por su trabajo.
Aquel fue un buen consejo para los graduados de Stanford y lo es para todos los que podemos leerlo ahora, recordarlo, desmenuzarlo a la luz triste del final. Fue en 2005 y seguro que quienes estuvieron presentes tendrán ese momento enmarcado en sus memorias para siempre. Hambrientos, alocados: al diablo el conformismo, a la papelera lo convencional, que se pudran los temores a innovar, a dar un paso hacia delante cuando los demás se atrincheran, a invertir todo el talento y todas las ganas y todas las ilusiones en una aventura vital en la que el dinero tiene como principal función crear riqueza y hacer posibles los sueños de quienes imaginan lo que seremos. En estos tiempos de ruina moral y decrepitud intelectual, en estos tiempos en los que el especulador se lleva la Bolsa mofándose de nuestras vidas y la ambición industrial ha dejado paso al delirio del monopoly ruin y mediocre del parqué, el ejemplo de Steve Jobs trasciende del valor meramente profesional. Un icono, un referente, un genio, un revolucionario, un mago, sí, vale, lo que tú quieras y mucho más, pero cuando el iMac, el iPhone y el iPad sean reliquias del pasado, lo que perdurará de Steve Jobs será su valor como modelo a seguir, su filosofía austera y tenaz y juguetona encaminada a la creación, a la suma de talentos, a la resta de prejuicios, a la multiplicación de voluntades.
Esta misma semana, Apple presentaba una decepcionante evolución de su iPhone 4. Es muy probable que Jobs no hubiera apoyado algo tan timorato, conservador, melifluo. Él ya estaría pensando a lo grande, estaría cavilando en cómo sorprendernos a todos con algo tan sencillo, eficaz y útil que nadie lo había pensado antes. Y pondría a sus equipos a trabajar para dar lo mejor de sí mismos no con una finalidad especuladora, no con una mentalidad de sacacuartos, no con una motivación de codicia y relumbrón. Eso es lo que perdemos con Jobs, y es una pérdida muy superior a la desaparición de un genio de las tecnologías. Perdemos a alguien que te decía: lucha, crea y ama lo que hagas. Y te enseñaba a hacerlo. Descanse en Mac.
Tino Pertierra, desde el periódico La Nueva España
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