TOMÁS DE BERLANGA
DESCUBRIDOR DE LAS ISLAS GALAPAGOS.- Debió nacer hacia 1480 en la pequeña Villa de Berlanga de Duero pues cuando profesó en el convento de San Esteban de Salamanca, de la Orden Dominicana, el 10 de marzo de 1508, tendría aproximadamente 28 años de edad. Se llamaba Tomás Martínez Gómez y pertenecía a una antigua familia de hidalgos de provincia.
Hombre de inteligencia clara y despierta y muchos arrestos, fue designado en 1510 Prior del Convento a fundarse en la isla Española, con sujeción a la provincia dominicana de Andalucía. En 1516 volvió a España pero estuvo poco tiempo. De regreso trajo a la isla a numerosas familias campesinas para transformar la horticultura primitiva con nuevos métodos, entre las nuevas variedades que introdujo está la naranja, el limón, la granada, el higo, la sandía, el melón, la caña de azúcar, el arroz, la cebolla, el perejil, el cilantro, las habas y el plátano que recién se estaba dando en las Islas Canarias y provenía de la Guinea en el Africa. En 1521 fue ascendido a Vicario Provincial. En 1528, logró del Papa la erección de la nueva provincia de Santa Cruz en dicha isla y que se le reconociera la categoría de Provincial.
Poco después fue presentado para ocupar el recién creado Obispado de Castilla de Oro o Panamá; con tal motivo obtuvo del Emperador Carlos V la designación de Comisionado Regio en las tierras del Perú para dejar establecidos los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro y el 23 de febrero de 1535 se embarcó en Panamá con rumbo sur y vientos favorables que sólo duraron siete días, al octavo cesaron y una misteriosa corriente los fue empujando hacia afuera, sin que los remeros pudieran contradecirla, al punto que dejaron de verse las costas y se encontraron náufragos en medio del océano. Habían caído bajo los efectos de una rama secundaria de la corriente cálida de México, que a la altura de las costas de Manabí regresa hacia las islas Galápagos y continúa al norte, pero esto no lo sabía el Obispo y estuvo con sus compañeros en la incógnita de lo que les reservaría el destino.
Los escasos víveres y la poca agua se fue acabando y comenzó el tormento de la sed. Ninguna nube prometía lluvia y los padecimientos se hicieron cada vez más intensos; cuando el de marzo después de 17 días de tanta penuria, divisaron costas altas en el horizonte y hacia allá enrumbaron, tocando "una tierra rara".
"Dos días estuvieron vagando por un laberinto de peñascos y quiebras, farallones y cráteres y chupando los tallos y hojas de los cactus para apaciguar la sed. El abrupto paisaje era desolado y lleno de misterio, sin señal alguna de vida humana; las rocas estériles, animales desconocidos, monstruosas iguanas; y lagartos que no huían de la presencia del hombre; las grandes masas de rocas volcánicas que cubrían las playas y que parecía como si Dios hubiera algún tiempo hecho llover piedras; todo sobrecogía el ánimo de los perdidos navegantes que imaginaban haber sido arrebatados a una región embrujada y pavorosa. Los españoles llamaron a las incógnitas tierras donde los había arrojado el destino, las Islas Encantadas".
El domingo, que fue de la Pasión, se dio una Misa en la playa y después los náufragos se dispersaron en grupos de a dos y de a tres, por las quebradas, para buscar agua. Al final, cuando ya todos pensaban que morirían de sed, un grupo encontró el vital elemento y pudieron calmar sus sufrimientos, llenando los barriles y cántaros vacíos que traían en el barco. La crónica de Berlanga establece que un hombre murió y fue enterrado en esa isla y que otro más falleció en el trayecto siguiente. Igualmente, que dos caballos perecieron en las Galápagos y también fueron enterrados allí. Se desconoce el nombre de la Isla que tocó Berlanga pero mucho se ha hablado sobre ello, porque el Obispo manifestó al Emperador que tenía "grandes sierras". Algunos historiadores piensan que pudo ser la Isla Albermarle, otros opinan en favor de la Charles o Floreana; sin embargo, parece que nunca se sabrá a ciencia cierta la solución de este dilema. Por último, Berlanga y los suyos reembarcaron y el 9 de abril pudieron arribar a las costas de Caráquez en la actual provincia de Manabí; de allí enfilaron hacia el sur, siempre costeando para no volver a correr aventuras como las pasadas.
Llegado al Perú, empezaron nuevos problemas porque se enfrentó a Pizarro y a sus oficiales reales, exigiéndoles un mejor trato para los indígenas y sobre todo que no fueran a asesinar al nuevo Inca Manco Capac II, como habían hecho con Atahualpa; todo esto le trajo malas caras y desabrimientos, Pizarro se mostró adusto con él y por detrás daba órdenes contrarias a las de Berlanga, de suerte que éste tuvo que salir del Perú comprendiendo que nada sacaría en esas circunstancias. Al momento del regreso, Pizarro le ofreció "cuantiosos presentes en oro y plata" que el Obispo rechazó educadamente, aceptando sólo una limosna de mil pesos para distribuirla entre los hospitales de Panamá y Nicaragua y de regreso al norte tocó en la villa nueva de San Gregorio de Portoviejo, donde escribió una "Relación de su viaje y visita" que envió a la Corte.
En 1537 renunció al Obispado y volvió a España, pues estaba ansioso por fundar un convento dominicano en su pueblo de orígen pero sus superiores le aconsejaron hacerlo en Medina de Ríoseco en 1543. En Berlanga también hizo donaciones de rentas a doncellas huérfanas y fundando varias capellanías.
Falleció el 8 de agosto de 1551, siendo sepultado en la Capilla Mayor de la Colegiata de Berlanga, al lado de la epístola, donde aún se conserva su cadáver.
Fue el primero en descubrir las Galápagos y el segundo en ocupar el Obispado de Panamá (1), pero le faltó espíritu aventurero y su carácter seco y castellano sólo le granjeó el respeto de sus conocidos, pero nunca el cariño y la intimidad de sus hermanos de religión, que más bien le temían y obedecían sólo por dicha causa. Su retrato original se encuentra en Berlanga y una copia hay en Panamá, reproducida en varias publicaciones.
(1) Fray Antonio Perasa le antecedió en esa sede.
Fuente: Web de Rodolfo Pérez Pimentel
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Diana -
Gracias