’La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz’
(Le Corbusier)
Amanece en el Señorío de Berlanga, mientras los rayos del sol, alto ya éste por la línea del horizonte, comienzan a acariciar las gotas de rocío que aún se adhieren a los cristales de las ventanas, liberando, en esa sublime combustión alquímica, pequeños orbes de luz, similares a esos mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, que don Antonio Machado comparara, en su intrínseca sencillez, con pompas de jabón. Desde la privilegiada altura de su impresionante castillo, el tañido de las campanas rivaliza con el sonido del viento -ese misterioso, poderoso e indómito cierzo- en tanto que a los pies del acantilado, las aguas del río Escalote no dan tregua al reposo, arrastrando quizás con ellas, ese barquito de papel que las manos inocentes de un niño posiblemente botó en los puertos de Casillas o de Caltójar, o quizás -¿por qué no?- desde esa fuente de aguas puras que, según dicen las buenas lenguas, sale directamente del corazón de la insuperable ermita mozárabe de San Baudelio.
En contraste con las ruinosas melladuras que el tiempo ha ido dejando en el otrora orgulloso palacio de fachada plateresca que perteneció a los Marqueses de Berlanga, la figura imponente de la Colegiata gótica de Nuestra Señora del Mercado atrae por completo la atención, ocupando el centro de la ciudad, elevándose por encima de todos los tejados como un soberbio Leviatán.
Digno exponente de ese ’art-goetico’ o ’arte mágico’ definido por el maestro Fulcanelli en relación al arte gótico al que pertenecen las grandes catedrales, la Colegiata de Nuestra Señora del Mercado fue construida en apenas cuatro años, en el periodo comprendido entre 1526 y 1530, bajo la dirección del maestro de obras burgalés Juan de Rasines.
Hasta el siglo XV, existían en la antigua Augusta Valeránica romana, diez parroquias -sumidas en la pobreza, si hemos de hacer caso de las crónicas- que, una vez demolidas, fueron reunidas en la de Santa María del Mercado, posteriormente convertida en Colegiata en el año 1511, por bula del Papa León X. Pertenece, pues, al estilo de transición que va del ojival al renacentista, aunque, como hemos podido observar, a su ser está íntimamente ligada una buena dosis de savia románica.
María Jesús Moreno Varas es una mujer solícita -como tuve ocasión de comprobar-, discreta y devota; de aspecto menudo, edad indefinida y cabello blanco, en su rostro el tiempo ha labrado profundos surcos que las vicisitudes de la vida, es de suponer, fueron regando con el agua salada de las lágrimas y del sudor. Pertenece, pues, a una generación que no lo tuvo nada fácil.
En un primer momento puede parecer brusca, y de trato seco y difícil; pero no es ni una cosa ni la otra: tan sólo es sorda de un oído, y esa pérdida hace que involuntariamente ignore una mitad de mundo, que a su edad, posiblemente ya no eche de menos.
Vive muy cerca de la Colegiata, en el Convento de las Monjas, a donde hay que ir a buscarla para que nos acompañe con la llave, permitiéndonos visitar el interior.
Se trata éste, una vez dentro, de un lugar cuyas proporciones pueden llegar a causar vértigo y donde, para admirar todos los detalles, habría que disponer de alas como los pájaros, pues ni siquiera el zoom de la cámara es capaz de llegar tan talto y la luz del flash apenas resulta suficiente para penetrar una oscuridad que a veces resulta tan espesa como un agujero negro.
Intimamente asociada, como la propia ciudad de Berlanga, a la figura ilustre de Fray Tomás -que fuera obispo de Panamá y mediador entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, por orden del rey Carlos V- los primeros pasos en el interior nos llevan directamente a acordarnos de él. Sería imposible no hacerlo cuando, ignorantes de lo que vamos a encontrar, nos sorprende la aterradora mole del ’monstruo’ que el viajero lego trajo de las Indias, y que ayudó en gran medida a alimentar la leyenda de las terribles criaturas que moraban allende los mares, en aquélla tierra de riqueza y promisión.
Lugar indiscutible de espacios y dimensiones; de sombra y de luz, no resulta difícil experimentar cierta sensación de vértigo cuando, situados en cualquier punto de la nave, alzamos la vista y contemplamos ese bosque de columnas y bóvedas que dan la impresión -como la palmera de San Baudelio- de pretender alcanzar el cielo.
Tampoco pasa desapercibida la curiosa mutación producida por los rayos del sol al filtrarse a través de los vidrios de los ventanales, dibujando -a pinceladas de color amarillo y ocre- jirones semejantes a velámenes de navíos que se extienden por columnas y paredes. Es la magia de los claroscuros, que proyectan entre bambalinas sombras animadas que flirtean con la luz.
Fiel a la costumbre de aquellos tiempos de servir de lugar de reposo eterno para los restos mortales de nobles y gente influyente de la época, podemos observar, en la primera capilla que nos encontramos a nuestra izquierda, el sepulcro, notablemente labrado de los Bravo de Lagunas, progenitores del famoso comunero, Juan Bravo. Enfrente de él, descansando sobre una pequeña hornacina situada en la parte baja del retablo, una figura de la Virgen -de posible ascendencia gótica y sin policromar, en apariencia- llama poderosamente la atención. Dado que la verja de la capilla está cerrada con llave y además ésta se encuentra envuelta en penumbras, apenas se aprecian los detalles suficientes como para poder comentar y sobre los que basar una suposición. Salvo que, al contrario de lo que se pueda pensar en un principio, no se trata de la reina indiscutible y Patrona de Berlanga por excelencia y devoción popular: Nª Sª del Mercado.
Se halla ésta situada en el lugar de honor del Retablo Mayor -pieza del siglo XVIII, de madera sin policromar y columnas salomónicas-, enfrente de esa simbólica Puerta del Cielo que constituye el altar. Sedente, mayestática; imperando sobre el tiempo, denotando una especie de sabia sonrisa; mostrando unos atributos comunes a una gran mayoría de Vírgenes que fueron suavizando, progresivamente, el primigenio color negro de su piel, aunque sin dejar de conservar las características de un modelo artístico, filosófico y mistérico iniciado por evangelistas como San Lucas.
Resulta curioso, también, ver sus mejillas sonrosadas y el pomo o melocotón -me decanto por esto último- que porta en su mano derecha, dando la impresión de que el artista que la labró pretendiera resaltar la importancia del fruto en cuestión, cuyo simbolismo, en numerosos lugares no exentos de una antiquisima sabiduría, como China, va asociado a la idea de longevidad y de inmortalidad.
El Niño descansa sobre la pierna izquierda de la Virgen, y a juzgar por el gesto de los dedos de su mano derecha, parece mantener una actitud de bendecir a todo aquél que se acerca lo suficiente -no mucho, desde luego, si María Jesús se encuentra por las cercanías, so pena de recibir una reprimenda- mientras sostiene un libro cerrado -puede tratarse, incluso, de una pequeña caja- en su mano izquierda.
Al igual que en la Concatedral de San Pedro, en la Colegiata de Nª Sª del Mercado puede admirarse una excelente pintura de la Virgen de Guadalupe, otra Virgen milagrera con una mistérica historia asociada, muy venerada en numerosos lugares del mundo.
Lugar de reposo también de los restos mortales de Fray Tomás, se puede admirar una talla de éste, portando en las manos un pequeño barril, es de suponer que de ron, en recuerdo de lo traído de las Indias, como la piel disecada del cocodrilo o caimán. Se encuentra dicha talla situada junto a otra de excelente calidad, que representa a un Cristo martirizado, mostrando en toda su extrema crueldad las heridas de la tortura y la Pasión.
Algo más allá, y cerrada también con llave, se encuentra la capilla de Santa Ana, donde se puede contemplar un retablo de clara influencia flamenca. Y situado en el mismo lateral, el buscador de misterios, puede detenerse unos minutos y meditar contemplando aquélla otra figura de San Cristóbal, cayado en mano y Niño sobre los hombros que, poco menos que desvirtuado por los poderes fácticos, invita a continuar viaje; a no desfallecer ni rendirse en el Camino, y a seguir disfrutando de la belleza y el misterio de una tierra sin duda mágica, puntal indiscutible de una Reconquista que, a pesar del tiempo transcurrido y lo que pueda o no aburrir en los colegios hoy en día, constituye una de las páginas doradas de la Historia de nuestro país y merece ser siempre recordada.
Visitas a la Colegiata: María Jesús Moreno Varas
Convento de las Monjas. Teléfono 975 34 30 57
Berlanga de Duero
4 comentarios
JK -
juancar347 -
JK -
Amio Cajander -